No somos despojo

Tania Pleitez | 17/01/2020

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Un diálogo entre escritoras y gestoras culturales centroamericanas sobre la situación de las mujeres en la región, de sus cuerpos vulnerados y sus resistencias, resultó en este texto. Este documento es una propuesta base para comenzar nuestra primera conversación sobre el acoso y las agresiones sexuales y, por supuesto, también para pensar soluciones.

A finales de marzo de 2019, un grupo de escritoras y gestoras culturales se unieron para dialogar sobre la situación de las mujeres en Centroamérica, de sus cuerpos vulnerados, de sus formas de resistencia, y la poca resonancia que reciben. Estas mujeres redactaron un documento con principios y lineamientos generales de actuación contra las agresiones y los acosos sexuales. Es una propuesta base para comenzar nuestra primera conversación sobre una innegable realidad y, por supuesto, también para pensar soluciones.

A finales de marzo de 2019, un grupo de escritoras y gestoras culturales comenzamos a conversar sobre algo grave que nos interpelaba desde hacía mucho: las mujeres en la región centroamericana, de sus cuerpos vulnerados, de sus formas de resistencia, y la poca resonancia que reciben esas resistencias en el corazón mismo de las plataformas literarias y artísticas centroamericanas. 

Para entonces un tema había sacudido el campo literario centroamericano a raíz de dos reportajes aparecidos en el Semanario Universidad de Costa Rica; los reportajes se referían a un sonado caso de acoso y abuso sexual presuntamente realizados por un escritor. Además, la escritora salvadoreña Elena Salamanca ya había utilizado la etiqueta #MeTooLiteraturaCA, siguiendo el caso de #MeTooEscritoresMexicanos.

Igual que en México, cuando el caso costarricense se hizo público, más mujeres centroamericanas se atrevieron a nombrar y denunciar a otros escritores e intelectuales. Sin embargo, el camino hasta ahí fue difícil, y lo ha seguido siendo después para otras mujeres que se han arriesgado a denunciar, por ejemplo, en Guatemala, algo sobre lo que ha escrito  Noe Vásquez en (Casi) Literal y, más recientemente (aunque en el campo del periodismo), Catalina Ruiz-Navarro. Las mesas de discusión sobre el MeToo en las ferias de libro de Guatemala (julio 2019) y Panamá (agosto 2019) representan otros esfuerzos por desgranar el tema. 

Así, a lo largo de estos últimos meses, varias mujeres de la cultura centroamericana iniciamos una intensa comunicación, pues nos dimos cuenta que estábamos dispersas y que lo importante era trabajar juntas. Las preguntas eran: ¿cómo vamos a organizarnos para que situaciones como estas no continúen siendo naturalizadas en el campo cultural, literario y artístico? ¿De qué manera vamos articular nuestros discursos para que tengan repercusión? ¿Cómo lidiar con el desprestigio que se le adjudica al movimiento MeToo por parte de varios actores o nodos de poder? ¿Cómo responder a situaciones imprevistas? Y, sobre todo, ¿de qué forma vamos a actuar como región

Esta última dificultad —actuar como región— no la tienen los demás países que han llevado a cabo procesos e iniciativas de denuncia parecidas, ya que se construyen dentro de un territorio nacional concreto; mientras que nosotras nos enfrentamos al reto de unir esfuerzos desde diferentes países, con legislaciones distintas y situaciones nacionales disímiles.

A lo anterior se le añade la particular violencia política y/o social que atraviesan varios países. Según nos cuentan compañeras que llevan trabajando el tema desde hace varios años, aunque en el marco de otros campos profesionales, muchas víctimas de acoso, agresión sexual o violación no quieren denunciar por temor a ser directamente asesinadas: recordemos que se trata de países donde la violencia cotidiana también está naturalizada. De ahí la gran importancia del acompañamiento a las denunciantes, no solo en los juzgados sino también en otros espacios sociales, para visibilizar el problema desde lo colectivo, desde un acto comunitario, un cordón humano de protección. 

Estos han sido algunos de nuestros puntos de discusión a lo largo de los últimos meses. Y puesto que todas estamos aprendiendo sobre la marcha, especialmente porque se trata de un tema que no tiene precedentes en la región, hemos establecido contacto con colegas latinoamericanas para compartir experiencias; hemos recibido retroalimentación y asesoría de parte de ellas, ya que algunos países del continente nos llevan al menos un año de ventaja en este tema. Así las cosas, entre varias mujeres hemos redactado el documento “Principios y lineamientos generales de actuación contra las agresiones y los acosos sexuales en espacios literarios y artísticos centroamericanos”.

Esperamos que estos principios y lineamientos sirvan de base para comenzar una discusión sobre esta ya innegable realidad y, por supuesto, también para crear garantías en dichos espacios. Estos principios y lineamientos, que ahora Alharaca publica, están siendo difundidos con el propósito de que festivales, ferias y encuentros literarios de la región los consideren como punto de partida para que confeccionen sus propios protocolos e implementen líneas de acción específicas de acuerdo con la naturaleza de sus eventos. Este es nuestro aporte más reciente.

 No obstante, es importante señalar que la primera acción que realizamos —en un momento de gran tensión porque el tema del acoso en el campo literario recién se abordaba y estaba especialmente candente— fue una petición en Change.org publicada el 2 de abril de 2019. Dicha petición todavía está abierta y ha recolectado más de 700 firmas. En la misma solicitamos, entre otras cosas, dos puntos fundamentales: uno, que la comunidad literaria y artística, a nivel nacional y regional, se pronuncie contra la violencia sexual hacia las mujeres; y dos, la creación de protocolos y/o garantías para evitar este tipo de incidentes en los espacios artístico-literarios centroamericanos. 

Cuando publicamos la petición nos dimos cuenta de qué tan solas estábamos como movimiento: la petición no encontró un eco inmediato por parte de festivales y hubo escasos pronunciamientos públicos de líderes de opinión y escritoras de amplia trayectoria. Entre esos pocos pronunciamientos se encuentra el de Jacinta Escudos quien escribió una contundente columna de opinión, la cual fue publicada el 7 de abril en La Prensa Gráfica, bajo el título “MeToo literatura Centroamérica”

En retrospectiva, uno de nuestros más importantes aprendizajes ha sido que no debemos depender demasiado de la validación externa. Tenemos que empezar a escribir, publicar y difundir ampliamente nuestros propósitos y logros, nuestras reflexiones, articular nuestros discursos, establecer alianzas, pero también hacer autocrítica. En otras palabras, documentar, hacer registro, autovalidarnos, autolegitimarnos. Y, por supuesto, proponer mecanismos de acompañamiento a las denunciantes: esto es algo primordial. En nuestros principios y lineamientos hemos propuesto una primera aproximación de acompañamiento, pero sin duda hay más formas que merecen estar sobre la mesa para conversar al respecto.

Repensar nuestro lugar de enunciación 

Nos parece importante comentar brevemente el origen del MeToo, para repensar nuestra postura y nuestro lugar de enunciación como centroamericanas. Como ya se ha explicado en diversas ocasiones, la primera en utilizar la frase “Me too” fue la activista Tarana Burke, quien comenzó a hacerlo en la red social Myspace en 2006. Dicho gesto formaba parte de una campaña de base (grassroot) para promover el “empoderamiento a través de empatía” entre mujeres afrodescendientes que habían sido abusadas sexualmente, en particular en comunidades desfavorecidas a nivel económico y social. Burke ha contado en varias ocasiones que comenzó a utilizar la frase después de haber sido incapaz de responderle a una chica de 13 años, quien le confió que sufría abuso sexual. Más tarde, Burke dijo que hubiera querido decirle a la chica “Yo también”. Todo esto lo relata en el sitio de Just Be Inc., organización que ella lidera.

El 15 de octubre de 2017 la actriz Alyssa Milano animó, por medio de su cuenta en Twitter, a utilizar la frase en el marco de una campaña de concienciación para denunciar la magnitud del problema. Fue así como la etiqueta se popularizó en Hollywood para denunciar al productor de cine Harvey Weinstein, propiciando una ola que afectaría a más figuras de la industria del cine. Luego vendría desde Francia aquel polémico manifiesto firmado por mujeres de alto perfil, como Catherine Millet y Catherine Deneuve, en el que se aludía a la “libertad de importunar” de los hombres. Se abría así la polémica en torno al movimiento: ¿Dónde se encuentra la frontera entre el acoso y el no acoso? ¿Es viable denunciar públicamente por medio redes sociales? ¿Qué pasa cuando las legislaciones no son suficientes o sus procedimientos ponen en duda la palabra de las mujeres, revictimizándolas? ¿En lugar de usar el término víctima no sería más apropiado utilizar el de sobreviviente? 

Así, se ponen de manifiesto varios puntos que debemos debatir y continuar pensando. Lo primero es reivindicar los orígenes del movimiento, su carácter descentrado, de base. No es lo mismo denunciar desde una posición de privilegio (actriz blanca de Hollywood con poder económico) que desde una posición mucho menos privilegiada (como lo hizo Burke). Tenemos que pensarnos como mujeres centroamericanas en espacios precarizados, donde el abandono estatal, la represión, la impunidad y la violencia son una realidad ineludible, mientras que el acoso y la agresión sexuales suceden cotidianamente y a grandes escalas; están enquistados profundamente en la cultura. 

Por lo tanto, no nos podemos quedar solo con la denuncia de casos en el campo literario y artístico, sino también crear alianzas con colectivos que trabajan el tema desde espectros más amplios: niñas y adolescentes, personas con capacidades especiales, mujeres trans y disidencias sexo-genéricas, cuyos derechos humanos son continua y ampliamente vulnerados. Asimismo, hay que destacar el valiente trabajo de mujeres que ya han denunciado públicamente el acoso, el abuso y la violación en espacios culturales (recodemos a la veintena de actrices que brindaron su testimonio en el reportaje escrito por Valeria Guzmán, publicado en 2016).

En ese sentido, un logro importante y reciente en El Salvador ha sido el acuerdo que alcanzaron los diputados para la reforma a la Ley de No Violencia contra las Mujeres, que sancionará la discriminación y el acoso de las mujeres en las universidades. Recientemente hemos conocido otro esfuerzo llamado La Lista, también salvadoreño, por medio del cual se han denunciado a estudiantes y exestudiantes universitarios, profesores universitarios, periodistas, fotógrafos, músicos, poetas, locutores de radio, abogados, entre otros. Su etiqueta es #herefortheteasv o #hfttsv. Desde 2018, también se utiliza el #MeTooSV.

Recomiendo el artículo “El despertar” de Metzi Rosales Martel para conocer más detalles sobre estos esfuerzos, uno de los cuales se remonta a marzo de 2017: la página en Facebook “Hablemos de violación”, iniciativa de @catalizadoras. Destaca el hecho de que esta última fue creada siete meses antes de la publicación del reportaje de The New York Times (5/10/2017) que destapó el escándalo Weinstein y propulsó la etiqueta #MeToo. Se revela, pues, la capacidad creativa de nuestra región para proponer espacios de discusión y denuncia, sin necesidad de adoptarlos directamente desde el norte global. Además, se pone en evidencia un problema estructural que no deriva de una moda importada, sino de una brutal realidad.

En definitiva, las mujeres que trabajamos en el campo cultural debemos nutrirnos de estos colectivos y antecedentes, fortalecer espacios de difusión y visibilización, ventilar el tema de la agresión y acoso sexual, sin olvidar que, en ocasiones, este tema es correlativo a otros, como la exclusión de la escritura de mujeres o los mecanismos de minorización de dicha escritura.

Sin duda, un gran reto del MetooLiteraturaCA implica rasgarle los estereotipos que se le adjudican, es decir, su consideración como una plataforma de linchamiento público; es otra cosa, se trata de abordar la impunidad más absoluta, como afirma la escritora peruana Gabriela Wiener. Y puesto que apenas comenzamos, proponemos que nos articulemos desdes el descentramiento, es decir, que intentemos decolonizar  nuestro feminismo. Quizá (¿por qué no? deberíamos crear otra frase, nuestro propio nombre, un nuevo recipiente verbal (y su etiqueta) para llenarlo de nuestro significado, de acuerdo con nuestras realidades centroamericanas. Porque no somos despojo, porque las mujeres centroamericanas relatamos.

He visto los perros merodear

Aullar, morderse entre sí 

Por la joven presa

Los he visto desgarrar con sus ojos

A jirones el cabello, la ropa, las pieles con la excusa de
las palabras, la música, los lienzos, las matemáticas,
los autos, la moda…

Los he visto en corro y en convite detrás de la sangre joven,
de la ilusión y la inocencia 

Con los colmillos afilados decidiendo el terreno de la detallada 

Los he visto con la mueca de poder y sorna Reír entre sí cuando
una pregunta genuina o ingenua se asoma

Los he visto saborearse las caderas en las plazas,
las miradas en el pecho

Los he visto apostar por los trofeos de guerra Los he
visto alistar las armas

Les he visto la voracidad por morder la piel y marcar su nuevo
terreno, infértil después para la amistad o la admiración 

Los he visto como zopilotes 

Repartiéndose la carroña de lo que otros dejan, 

Como hienas burlescas Sonrientes, victoriosos, sin siquiera
voltear una vez que una presa nueva aparece

Los he visto en manada
burlarse de los jirones que dejan tras su paso

Amenazantes ante la dignidad rota

Hoy los veo callar cuando se les interpela

Hoy los veo aullar cuando se les acusa

Hoy los veo mostrar los colmillos como moneda de poder

Hoy como manada se protegen pidiendo clemencia con falacias

Hoy los veo sentir lo que tantas hemos sentido

Y siguen sin entender que por apenas un instante han sentido lo que
nosotras sentimos por siglos de silencio, culpa y vergüenza

Poema de Susana Reyes

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