Fiestas patria(rcale)s

Denisse Menjívar | 13/09/2020

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La figura de la cachiporrista es una de las manifestaciones más explícitas de violencia simbólica patriarcal durante las celebraciones de la Independencia en El Salvador. En su columna ilustrada, Denisse Menjívar interpreta estas formas de violencia.

Septiembre es de esos meses en los que los salvadoreños ya sabemos qué esperar. Cuando termina el último día de agosto, año tras año, inician las promociones de comida, los 2×1 institucionalizados, los desfiles, la banda de paz y las ansiadas cachiporristas. El realce del color azul y los símbolos patrios traen consigo prácticas culturales que debemos observar bajo el lente de la perspectiva de género. 

Es relevante mencionar qué hay detrás de estos íconos y costumbres. En los eventos cívicos, es común ver a niñas y adolescentes con faldas diminutas, botas altas y de tacón, capas de maquillaje y peinados iguales. Estos elementos son parte de lo que los psicólogos Mauricio Gaborit y Mercedes Rodríguez reconocen como el mito del “eterno femenino”, que busca establecer estereotipos y márgenes dentro de los cuales se define qué es una mujer femenina, atractiva o deseable.



En 2010, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU) impulsó la prohibición de las cachiporristas en los eventos escolares. Sin embargo, esto desató una polémica entre la población, pues muchos insisten en que esto era parte de la cultura salvadoreña.

En realidad, esto no es del todo cierto: no es ni inherente a la cultura, ni propio. Tiene sus raíces en Estados Unidos, por los años 1890, y no fue sino hasta 1940 que se decidió incluir animadoras en los desfiles, ya que en los centros educativos no había otras alternativas de prácticas deportivas para mujeres.



La iniciativa no duró mucho: un par de días después, el presidente de esos años, Mauricio Funes, pospuso la propuesta y, como muchos de los temas de violencia contra la mujer en El Salvador, quedó en el olvido. Sin embargo, la discusión merece reabrirse.

Al ser expuestas desde pequeñas a la idea de deber ser atractivas, con “buen cuerpo”, sonrientes y, sobre todo, complacientes, las jóvenes cachiporristas se enfrentan a una adolescencia orientada a conseguirlo, que puede hasta afectar su autoestima y autopercepción. El papel que la mujer toma en estos desfiles reduce el cuerpo femenino a una distracción: las cachiporristas son adorno del Día de la Independencia.



Al espectáculo de la feminización, se suma la sexualización temprana – a partir de los atuendos utilizados – que vulnera a la niñez y adolescencia. El espacio público, en marco de las fiestas patrias, se vuelve una instancia que refuerza la objetivación y desigualdad con base en género. No se protege a estas jóvenes de depredadores, ni de acoso sexual, tanto en los desfiles como en el espacio cibernético: en redes sociales, muchos comentarios en las fotografías de cachiporristas de muy corta edad son cosificantes y violentos. 

Mientras los centros educativos sigan incluyendo a la figura de la cachiporrista en sus eventos cívicos, seguirán promoviendo prácticas que sexualizan la infancia y celebrando “costumbres” en las que se refleja la violencia contra la mujer de manera social e institucional.

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