12.03 – Hace unos días estaba en Italia

Tania Pleitez | 12/03/2020

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Las personas, casi todos trabajadores de autopista y trasportistas, guardaban la distancia requerida de metro y medio, pero esa distancia no evitó que conversaran animadamente, mientras fumaban y reían. Me transmitieron tranquilidad.

Ilustración por Natalia Franco

Diario de un tiempo distópico

Barcelona, España

Jueves, 12 de marzo de 2020

Hola a todas,

Hace unos días estaba en Italia. Hace solo cinco días aún no alcanzaba a dimensionar la gravedad de la situación, ni lo rápido que nos cambiaría la vida a todos. Les hago una recapitulación:

El 7 de marzo, después de conducir nueve horas desde Barcelona, ayer a medianoche llegamos a Carmagnola, la última ciudad de la provincia de Turín, donde viven los padres de D., mi marido. Hoy por la mañana, a las 8:30h, nos encaminamos a Bene Vagienna, un pequeño pueblo alpino de poco más de 3600 habitantes ubicado en la provincia de Cuneo. Fuimos al casamiento civil de mi cuñada. Dudamos en venir porque el coronavirus está haciendo estragos en Bergamo y Milán, pero la madre de D., quien desde hace más de diez años vive una triste situación porque mi suegro padece de un Alzheimer bastante avanzado, quería reunir a la familia para compartir esta alegría.

El casamiento tuvo lugar en una pequeña y hermosa sala con frescos y esculturas que forma parte del museo de historia del pueblo. Nos dijeron que debíamos guardar una distancia de metro y medio entre nosotros y nos sentaron con una silla vacía de por medio. El alcalde casó a la pareja en un acto que no duró más de diez minutos. Cuando terminó, nos hicieron salir de inmediato. Afuera del edificio, ya en la calle y bajo los portales, no aguantamos la tentación y nos hicimos una foto familiar incumpliendo brevemente el protocolo: nos abrazamos y posamos. N., mi suegra, que casi nunca sale de casa porque debe cuidar a su marido, estaba muy contenta. Esa foto quizá se volverá un testimonio de nuestra alegría y, también, de nuestra imprudencia.

Dos días después, el 9 de marzo, el gobierno italiano ordenó el confinamiento en todo el territorio nacional; antes solo se había declarado zona roja a ciertos territorios, como las regiones de Lombardía y Veneto, y las provincias de Piamonte colindantes a Lombardía. Los números de casos aumentaron (ya habían llegado a más de 9000), así como las muertes. El sistema de salud ya estaba colapsando: sin camas suficientes, personal médico y equipo (mascarillas, respiradores). En la televisión, todo el día pasaban noticias sobre el coronavirus, mientras que en las tertulias televisivas se discutía y debatía constantemente sobre las medidas implementadas. Otros programas intentaban concientizar sobre la gravedad de la situación. No salimos de casa más que para el matrimonio civil. Desde la ventana, nos llegaba la tensa calma de la calle. F., mi suegro, miraba sin mirar; más bien, su mirada resbalaba, no se afianzaba más que a la nada. Hace años que no pronuncia un vocablo. ¿Quién cuidaría de él si mi suegra se enferma? No expresé mi pensamiento e intenté conversar con mi suegra de otras cosas. Al día siguiente, partíamos para Barcelona. Preparamos todo e imprimimos el permiso de circulación.

El 10 de marzo, salimos temprano hacia Barcelona. En la autopista había sobre todo furgones y camiones de transporte con productos varios. Muy pocos eran autos de particulares, como nosotros. En el camino, paramos en un café de autopista. Las personas, casi todos trabajadores de autopista y trasportistas, guardaban la distancia requerida de metro y medio, pero esa distancia no evitó que conversaran animadamente, mientras fumaban y reían. Me transmitieron tranquilidad. De nuevo en el auto, compartí esta impresión con un grupo de WhatsApp de amigxs-colegas de la universidad, que estaban pendiente de nuestro viaje por tierra. Una de ellas, italiana, me recordó que no debía idealizar la ligereza de sus coterráneos porque esa actitud fue la que, en gran parte, causó la propagación del virus y el colapso del sistema de salud de Italia: la creencia de que la situación no era tan grave, lo que se tradujo en salidas, cenas, etc. Esta actitud representó una gran falta de solidaridad con las poblaciones más vulnerables. Esta misma amiga, algunos días atrás, me había hecho caer en cuenta que Agamben, en su artículo “La invención de una epidemia” (26 de febrero de 2020), planteaba un asunto delicado. En su artículo, el filósofo italiano afirmaba que, según datos del Consiglio Nazionale delle Richerche [Consejo Nacional de Investigación], el 80-90% de los casos experimentarían síntomas leves a moderados parecidos a los de la gripe, un 10-15% podrían desarrollar una neumonía y solo el 4% de la población sería hospitalizada, siendo la mayoría ancianos y personas con patologías. Basado en estos datos, Agamben argumentaba que las medidas hasta entonces adoptadas en Italia eran una prueba más del estado de excepción al que se recurre en tiempos neoliberales. Conversando sobre este artículo, mi amiga me había dicho: “No estoy de acuerdo con el maestro, no podemos basurizar a los ancianos y a las personas enfermas: ¿acaso sus vidas no importan?”. En ocasiones, es necesario bajarse de la órbita de la teoría y mirar la realidad muy, muy de cerca, para palpar el abultamiento de los tejidos, los nudos indispensables de los hilos, los matices de los tonos. Así que le agradecí a mi amiga el recordatorio, aunque le dije también que la mayoría de la gente en el café de la autopista eran trabajadores, personas quizá obligadas a trabajar, o que no se pueden dar el lujo de parar y quedarse en casa. ¿Qué hacemos con la precarización laboral, entonces? Al final estuvimos de acuerdo con que sí, frente a la adversidad, no debemos dejar que nos arrebaten el gesto político del acompañamiento, sea por medio de la risa y la conversación, sea por medio de nuestra red de afectos u otras estrategias.

Al llegar a casa, eliminé de mi perfil de Instagram la fotografía en la que aparecíamos abrazados en el portal de Bene Vagienna. Nuestra imprudencia, después de tantos muertos, me pareció una falta de respeto.

Desde antes del viaje a Italia, D. tenía orden de trabajar en casa a su vuelta, durante 15 días, es decir, el protocolo de su empresa ya estaba activado. Yo, en cambio, le escribí a mi jefe para comunicarle que había estado unos días en Italia y que, aunque no presentaba síntomas, creía que mi responsabilidad era avisarle, ya que no me parecía prudente ir a la universidad: no me perdonaría si yo era portadora asintomática del virus y se lo transmitía a algunx de mis estudiantes. Me lo agradeció y me pidió llamar al 061, número de emergencia que está gestionando la crisis sanitaria en Cataluña, para que me indicaran el protocolo a seguir. Si no lograba comunicarme con el 061, que para entonces ya estaba colapsado, debía llamar al servicio médico de mi universidad. Por medio de este último, pude hablar con el médico, quien me hizo algunas preguntas:

—¿Estuvo cerca de alguna persona contagiada?

—No. No había casos registrados donde yo estuve.

—¿Dónde estuvo?

—Bene Vagienna

—¿Y en el aeropuerto, tuvo contacto con personas?

—No viajé en avión, sino que en auto. Aparte de mi marido, no tuve contacto cercano con nadie en el camino, solo paramos en un café y ahí se guardaba la distancia requerida.

—¿Y cómo la dejaron salir de Italia si el día antes anunciaron el confinamiento territorial?

—No había controles, al menos ese día. Nosotros vivimos y trabajamos aquí.

—Ya. (Silencio). Pero quizá lo mejor hubiera sido que no se desplazara. (Silencio). Lo digo como médico. Aunque entiendo que quisiera volver a su casa.

—Sí, lo lamento. Lo tendré en cuenta la próxima vez. (Como si esta situación excepcional fuera algo que volverá a suceder o volveré a vivir; confieso que me sentí un poco tonta).

—Bien, pues, aunque no tenga síntomas, quédese en casa 15 días y observe con atención cualquier manifestación.

El número de casos en España ya sobrepasó los 3000. Por la noche, me costó dormir.

Abrazos,

Tania

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